viernes, 16 de febrero de 2018

EL CAMINO DE SANTIAGO Y LA VÍA LÁCTEA



  

  
n un día de verano, antes de que comience el amanecer, si gozamos de un cielo oscuro, sin nubes y sin Luna, puede verse una llamativa singularidad entre las estrellas de la noche: la Vía Láctea forma un arco luminoso que recorre el firmamento de Este a Oeste. Es un espectáculo que fue románticamente descrito por el astrónomo Camille Flammarion (1842-1925) con estas palabras: "Un extenso rastro blanquecino se eleva como un arco aéreo a través de la bóveda estrellada; en él se descubren irregularidades caprichosas: aquí, corre como un río celeste en un lecho angosto y monótono; allí, se divide en dos brazos que quieren separarse el uno del otro; más lejos, parece desgarrarse en pedazos, como un vellón ligero cardado por los vientos del cielo."     Su nombre deriva de su aspecto lechoso, que según la mitología griega era un reguero de leche que se derramó por el cielo, mientras la esposa de Zeus, Hera, amamantaba al héroe Hércules.
 
   A lo largo de la historia de la humanidad, cada pueblo ha dado una interpretación particular a esta franja, pero la mayoría coinciden en considerarla como un “camino” o “vía”, llamándola: camino del cielo, río de salud, camino hacia la tierra del mañana, camino de las ocas, sendero de los pájaros,…  En 1610, Galileo Galilei se convirtió en el primer ser humano en observar la Vía Láctea, a través de un telescopio, asombrándose de la visión que estaba contemplando y descubriendo que estaba compuesta por millares de estrellas débiles, invisibles a simple vista, pero que su modesto telescopio revelaba con claridad. Realmente es un conglomerado de más de doscientos  mil millones de estrellas; es una galaxia  en forma espiral a la que pertenece nuestro sistema planetario ubicado al borde de uno de sus brazos.

   La Vía Láctea es la principal relación de la Ruta Jacobea con la Astronomía donde la huella del Camino de Santiago quedó marcada para siempre en los cielos, cuando, según la tradición, Santiago Apóstol  se apareció  a Carlomagno mostrándole el camino celeste de la Vía Láctea para conducirle a su sepulcro, sirviendo a lo largo de los siglos de guía a los caminantes hacia Compostela.
   La consigna del peregrinaje a la tumba del Apóstol en Galicia se concreta precisamente en el capítulo I del Libro IV de ese Códice, donde se narra la visión del emperador Carlomagno (742-814): "Y en seguida vio en el cielo un camino de estrellas que empezaba en el mar de Frisia y, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre Galia y Aquitania, pasaba directamente por Gascuña, Vasconia, Navarra y España hasta Galicia, en donde entonces se ocultaba, desconocido, el cuerpo de Santiago".

   En una aparición a Carlomagno, Santiago le aclara: "El camino de estrellas que viste en el cielo significa que desde estas tierras hasta Galicia has de ir con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y sarcófago. Y después de ti irán allí peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el perdón de sus pecados y pregonando las alabanzas del Señor, sus virtudes y las maravillas que obró" (Codex Calixtinus, folio 162).

   El Camino de Santiago celeste es nuestra Vía Láctea. Se le conoce en España con ese nombre porque los peregrinos que marchaban hasta Santiago desde Europa usaban la posición de la Vía Láctea en el cielo, en verano nordeste-sureste, como referencia para poder seguir la senda y llegar a su destino, pero debemos aclarar desde un principio que no puede utilizarse como tal referencia, dado que su orientación va cambiando a lo largo de la noche, al igual que su posición es diferente a una hora determinada si la miramos en distintas épocas del año.
   El periodo de días y la hora de esos días en los que una persona que hace el camino de Santiago (o que no lo hace sino que simplemente viaja en coche o en tren o en avión hacia Galicia hacia el Oeste) puede ver la Vía Láctea vertical sobre el horizonte es en las noches entre el 1 de noviembre y el 1 de diciembre hacia las 22 horas (10 de la noche).

    También ocurre que en un determinado periodo del año y a una determinada hora del día, Galicia (Santiago de Compostela y las demás localidades gallegas) aparecen justo "debajo" de la Vía Láctea (que aparece en el cénit) y en concreto debajo de la Cruz del Norte. El cénit es el punto del firmamento que es el extremo de una línea cuyo extremo inicial parte del Núcleo del Planeta (Corazón de la Madre, Centro de la Tierra) y pasa por un punto determinado de la superficie del planeta (la Piel de la Madre) en el que estamos nosotros mismos o cualquier lugar, región, pueblo, isla o porción de mar. Esa circunstancia ocurre en Galicia a las 13 horas entre los días 20 de enero y 20 de febrero. Es decir que una persona que hiciera el "Camino de las Estrellas" y quisiera llegar a la tumba del apóstol Sancto Iacobus ("Santiago") en la Catedral, en la Plaza del Obradoiro en la ciudad de Santiago de Compostela en un momento cósmicamente significativo en relación con la Vía Láctea, puede hacerlo llegando a su destino hacia la 1 de la tarde entre los días 20 de enero y 20 de febrero, si bien, logicamente, a esa hora la luz del Sol vela nuestra visión y tanto la Vía Láctea como la Cruz del Norte no son distinguibles en la cenital, en todo lo alto, sobre la coronilla, sede de nuestra corona espiritual.

   La constelación más perceptible en la franja "lechosa" (Láctea) es la del Cisne, que también se llama la Cruz del Norte. Se le llama "del Norte" no porque esté al norte o la veamos hacia el norte (pues en esa latitud y hora se ve hacia el oeste) sino porque está en el hemisferio Norte de la esfera Celeste y por eso sólo es visible desde el hemisferio norte del planeta Tierra.   
También se le llama "del Norte" para distinguirla de la Cruz del Sur (muy parecida a la típica cruz cristiana) que no vemos desde el hemisferio norte pero que hace 2000 años sí se veía desde Jerusalén a las 11 de la noche mirando hacia el sur, que es justo la dirección hacia la que está Belén respecto a Jerusalén. La Cruz del Sur pudo ser la famosa "estrella de Belén", y Belén es otro lugar de peregrinación.


  A la vista de la variedad de peregrinos, de sus lenguas y orígenes, de sus motivaciones, de sus expresiones artísticas y literarias, de sus manifestaciones y de sus historias personales y colectivas resulta sugerente pensar que ese caminar en realidad nos lleva a seguir al viejo Sol, que es quien sabe mejor que nadie dónde está el más allá. Plus ultra. Es verdaderamente difícil diferenciar, por un lado, el recorrido religioso de las peregrinaciones a Santiago y, por otro, la vía iniciática que se prolonga hasta un poco más allá de Compostela, hasta la Costa da Morte, el lugar donde "muere el Sol" en su fusión con el océano; es el Finis Terrae.
   El peregrinaje a Compostela recorre el mismo camino que marca el Sol. La costumbre de los peregrinos de recoger conchas marinas al llegar a la costa, de la que nos habla el Libro III del Liber Sancti Jacobi, ratifica que el final de los peregrinajes estaba al llegar al océano. Al final del camino está la mar.
   Desde que Galileo desveló con su primitivo telescopio la identidad del celeste Camino de Santiago, la ciencia ha recorrido un largo sendero. Esta milenaria ruta científica nos ha llevado a descubrir que la Vía Láctea es, en realidad, la galaxia a la que pertenece nuestro Sistema Solar, junto con todas las demás estrellas que vemos a simple vista y con unos 200.000 millones más.

   Hoy en día ya podemos afirmar que la banda lechosa es, simplemente, la visión de ese conglomerado estelar desde dentro, en la dirección del plano donde hay más estrellas. Nuestra Galaxia tiene forma de disco achatado, con dos brazos espirales y gira a una velocidad enorme. Al parecer, los caminos terrestres no tenían correspondencia alguna en el cielo; pero sin duda, nosotros seguiremos caminando.




 

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