oy os presento el relato de Carlos Lillo Talavera que fue ganador en el concurso de relatos que organiza EROSKI (Afamada guía del Camino Jacobeo) sobre El Camino de Santiago, cuya lectura os aconsejo de principio a fin y cuyo título es:
"NIEBLA EN EL MONTE IRAGO"
Iba caminando atento a la llamada interior que la ruta me haría y por eso mismo no llegaba. El que espera desespera y el que viene nunca llega, dice el refrán. Y bien cierto es. Sabía que tenía que llegar y me empeñaba en adivinar el momento. Craso error. Atrapado en mi laberinto de recuerdos del pasado y deseos del futuro estaba desaprovechando el presente. Había ido dejando atrás sin pena ni gloria Murias, Santa Catalina y El Ganso y sólo el destino sabría cuando habría de pasar de nuevo por ellos. Iba tan obcecado con sanarme por dentro que no prestaba atención a nada, hasta que poco antes de llegar a Rabanal la inmensa sombra del Roble del Peregrino me invitó a descansar. Me detuve a relajarme e inconscientemente dejé de estar alerta. Y fue poco después de reanudar la marcha cuando ocurrió.
Atravesé el pequeño pueblo forjando la ilusión de enfrentarme a la dura subida hacia Foncebadón, cercano a coronar la Cruz de Ferro, techo del Camino Francés. El día se iba enrareciendo y el cielo adquiría un aspecto grisáceo amenazador. Avanzaba observando que una densa niebla se iba apoderando del Monte Irago conforme iba ganando metros de altitud. Tenía miedo a perderme y el terreno era muy abrupto con piedras sueltas. "¡Venga, papá! ¡Que podemos!", escuché como le decía un chaval joven a un hombre de unos cincuenta años. Me aparté del estrecho sendero por el que transitábamos en ese momento para abrirles paso y que continuasen la ascensión sin traba, pues ya estaba bastante cansado y mi ritmo era mucho más lento que el suyo. Ambos peregrinos me desearon buen camino y siguieron jaleándose cariñosamente el uno al otro mientras seguían subiendo. Al escuchar la arenga mutua mi mente se desbordó de recuerdos con ilusiones rotas. Dos lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas al ver avanzar a la par las dos siluetas. ¡Un padre y un hijo! Un sueño truncado para mí unos meses antes. Rompí a llorar amargamente, tanto que hube de detenerme, quitarme la mochila y sentarme a la vera del camino. Así estaba en aquella fría mañana de Noviembre. Sólo en la montaña, con mi interior, con la amargura que producen las heridas del alma y que nadie puede curar sino uno mismo y el tiempo. Grité desgarradamente mirando al cielo y pataleé contra el suelo hasta incluso hacerme daño. Atrapado en mi desolación la niebla me ocultaba y todavía quedaba un duro ascenso hasta concluir la etapa. Mis ojos vidriados por las lágrimas transmitían un dolor que no deseo que nadie conozca. Mi mente bullía atormentada. ¿Por qué tuvo que ocurrir? Allí pasé un rato enfrentándome a mí mismo hasta que desfogué. Me enjugué los ojos por enésima vez con la manga derecha del forro polar y cuando los lacrimales hubieron manado lo que fue necesario volví a caminar. Había empezado mi mejoría pero el rato que allí pasé solo lo sabemos la niebla del Monte Irago y yo.
Llegué exhausto al albergue la Posada del Druida. Y casualidades en las que no creo hicieron que el padre y el hijo estuviesen acomodados en la habitación donde me ubicó el hospitalero. Sonreí. Comimos juntos y me quedé charlando con el padre un buen rato. Se llamaba José Carlos. No lo olvidaré. Le prometí que algún día volvería al Camino con mi hijo por compañero, igual que él estaba haciendo.
Han pasado más de treinta años. Esta es la historia de tu nombre, José Carlos. A mamá no le gusta demasiado pero para mí significa mucho. Hoy haremos juntos la etapa de Astorga a Foncebadón. Si lloro no te preocupes, hijo mío. La niebla me ocultará y el Camino volverá a sanarme."
Espero que os haya gustado tanto como a mi y y que sirva para darnos una idea de las infinitas experiencias que existen en el Camino, y que cada uno de los Peregrinos que hemos caminado a Compostela podríamos contar y si se nos da bien escribirlas para que no se pierdan nunca. Os animo a ello.
¡ULTREIA ET SUSEIA!
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