Caballeros de la Orden del Temple Resurgida regentan un refugio para peregrinos en El Bierzo en el que siguen las pautas de la vida monástica
n uno de los tramos más difíciles del Camino Francés, en El Bierzo, después de pasar la Cruz de Ferro, los caminantes llegan a Manjarín y se encuentran allí otra cruz, la de la Orden del Temple. Del mismo modo que hace nueve siglos los cruzados defendían a los peregrinos que llegaban a Tierra Santa, Tomás Martínez, el último templario, ayuda a los que caminan al sepulcro del Apóstol. Desde 1993 regenta un refugio de ambientación y dotación casi medieval.
Antes de proclamarse sucesor de la orden militar cristiana, Tomás era sindicalista y afiliado de la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), de signo comunista maoísta. "Yo siempre fui creyente, incluso en mi etapa marxista", asegura. De hecho, tuvo su primer contacto con la Orden del Temple en una librería de la Liga Comunista Revolucionaria, donde se hizo con el libro que despertó su interés por el tema.
En 1986 se echó al Camino desde León para coincidir con otros miembros de la Orden que estaban haciendo la Ruta Jacobea para señalar los lugares templarios. Entonces, no llegó a ganar el jubileo. Estando en Ponferrada sintió "la llamada": "Desde las murallas del castillo empezó a sonar canto gregoriano".
Dos años después, dejó trabajo y vida matrimonial atrás para ir en busca de aquellos ecos. Quería instalarse en Ponferrada y montar una librería especializada en temática templaria, pero otros se adelantaron a abrir un negocio en el bajo comercial que él había elegido. Sin querer desobedecer a los designios de su destino, no dudó en ponerse al frente de una granja que le dejaron gratis en Valdueza.
Entre tanto, Tomás también tomaba parte en todos los hitos que protagonizaban los templarios. En 1990, fueron a la procesión de la Virgen de la Encina, defensora del Bierzo, para hacerle una ofrenda vestidos con sus túnicas blancas cruzadas. Dos años después, se fundó el Círculo Templario de Ponferrada.
Cuando no ejercía de caballero, Tomás seguía pastoreando ovejas, hasta que se contagio con la fiebre de malta. Si durante siglos se ha especulado con los rituales iniciáticos de la Orden, para este miembro en particular la enfermedad fue la prueba que le hizo convertirse en caballero del Temple a tiempo completo. Para superar la dolencia ovina, se retiró durante tres meses al albergue de Jato en Villafranca del Bierzo.
Fue allí donde el hospitalero le contó que había un tramo del Camino sin hospedería, un pueblo abandonado llamado Manjarín, entre la Cruz de Ferro y Molinaseca. A Tomás le pudo la vocación templaria y decidió prestar servicio a los peregrinos en ese lugar frío e inhóspito. En 1993, abrió su refugio en una escuela vacía de niños desde hacía décadas. La población había echado el cierre mucho tiempo atrás.
Desde que el templario montó su albergue, ha dado alojamiento a 55.000 caminantes, unos 30 cada día. "Les preparamos el desayuno y la cena y pagan la voluntad, y poca voluntad tienen algunos", explica. Para financiarse, venden también recuerdos con el símbolo del Temple. "Atendemos a todo aquel que llega a nuestra puerta, aunque sea musulmán", ironiza este templario del siglo XXI entregado a una cruzada diferente.
En esta misión le ayudan otros dos caballeros y un aspirante que deberá prestar servicio tres años antes de vestir la túnica blanca con la cruz roja. Pertenecen a la Orden del Temple Resurgida, fundada en Tortosa. En España hay otros grupos que se declaran sucesores de los templarios, pero este es el más independiente de la jerarquía eclesiástica: "Nos consideramos universales y no besamos anillos a nadie".
El refugio de Manjarín se ha constituido como monasterio y sus pobladores siguen las pautas de la vida monástica. Además del labora, no olvidan el ora, que practican con tres rezos diarios: "La oración tiene dos partes, la primera para honrar a los hermanos templarios y pedir inspiración para los soldados de Cristo y guerreros de la luz, y la segunda para rogar a la Virgen y el Arcángel Rafael que protejan a los peregrinos".
Dicen tener vocación de servicio: "Nos dedicamos a ayudar a ex drogadictos, ex alcohólicos y ex presidiarios. En este caso, también a peregrinos". Tomás quiere echar una mano a todos los que van tras una nueva esperanza, pero es muy crítico con la masificación de la Ruta, que ha hecho perder el verdadero sentido de la peregrinación. A su puerta llegan peregrinos de verdad, pero también turistas y toda clase de individuos pintorescos e incluso indeseables, desde carteristas a seguidores de Satanás, pasando por los más comunes juerguistas practicantes del botellón. Por eso, pese a su buena voluntad, ha negado posada a algunos. Aquellos que le hacen perder el temple.
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